sábado, 9 de diciembre de 2017

INMENSO AMAZONAS. FANTÁSTICO PERÚ


Hacía días que no teníamos que madrugar, pero hoy es obligado si queremos ver amanecer sobre el Amazonas.
Así que no son ni las cinco y media cuando abandonamos nuestro bungalow en dirección al embarcadero. La lástima es que hay una niebla que casi llega al agua.
Menos mal que levanta y podemos ver al carguero para no chocar con él.


Nuestro destino es el pueblo de Indiana, fundado por un franciscano canadiense, que cuenta con unos 7.000 habitantes.
Lo primero que encontramos nada más desembarcar es un colorista mercadillo, donde se venden todo tipo de frutas, y a continuación entramos en la lonja del pescado, todo del río, por supuesto.



Recorremos las calles principales del pueblo, observando que parece estar bastante bien dotado para el lugar en que se encuentra, con sus escuelas, un pequeño hospital y un pabellón de deportes cubierto.
Se registra una intensa actividad a pesar de lo temprano de la hora, en torno a las 7 de la mañana, en este día también aquí festivo, pues celebran la Inmaculada Concepción. De hecho, anuncian por megafonía que a la tarde se celebrarán bautizos en la parroquia, un edificio de los legados por el monje fundador.
Nosotros tenemos que volver porque no hemos desayunado. El amanecer se nos ha escapado.
Más tarde volvemos a surcar las aguas amazónicas para dirigirnos a un poblado ribereño, llamado Las Palmas, "Las Palmas de Mallorca", bromea nuestro guía, pero le aclaramos su malentendido.


Se trata de un poblado mucho más pequeño en el que viven unas 120 personas y al que se llega, tras desembarcar, por lo que llaman una pista, es decir, una especie de acera de hormigón que evita pisar el barro. Durante el paseo tenemos oportunidad de observar lo variado de la flora y fauna. 
Vemos desde monos diminutos a gallinas con sus polluelos; desde cocoteros hasta el árbol del que cuelgan numerosos nidos de oropéndola ...


Por el camino unos niños nos observan desde su casa con curiosidad. Casualmente llevamos en la mochila unas galletas y, después de pedirle permiso a quien parece la hermana mayor, compartimos con ellos el paquete, hermanos mayores incluidos. Parece que les gustan.


Y así llegamos al centro del poblado, en torno a cuya plaza de armas, que también hace las veces de campo de fútbol, se concentran una guardería infantil, un colegio de primaria y diversas instalaciones.
Coincidimos con una señora que parece estar cuidando de unos tablones que -nos explica- se están secando para ser utilizados en la construcción de una casa. Vemos también ropa tendida y en general nos da más sensación de autenticidad que en ocasiones precedentes.


Nos dirigimos a otro embarcadero diferente de por el que llegamos y concluimos así la visita y, en realidad, el viaje en sí, pues sólo nos restan ya los desplazamientos necesarios para volver a Madrid.
Ha sido un viaje increíble, lleno de contrastes y en muchos aspectos, asombroso, como ya hemos ido contando. 
Hemos pasado del borde del océano a los 4.900 metros de altitud; del desierto camino de Paracas a la selva frondosa y superhúmeda de la Amazonía; del majestuoso cóndor volando sobre nuestras cabezas al tapir que se paseaba ante nosotros.


Hemos utilizado casi todos los medios de transporte posibles: avión, autobús, microbús, tren, taxi. Hemos visto una diversidad sorprendente de flora y fauna, tanto en la selva como en el altiplano: desde llamas y alpacas al caimán nocturno que detectó Mariví.
Pero el denominador común de este fantástico Perú es la amabilidad y cordialidad de sus gentes y la variedad y calidad de su gastronomía.
Todo ha funcionado a la perfección. Los guías que nos han atendido han sido fenomenales en sus explicaciones y acompañamiento, siempre atentos a cualquier duda o necesidad. Y la gente en general increíblemente cordial.
Es cierto que a Perú le queda mucho que mejorar y que progresar, pero tienen muy claro que la segunda industria nacional, después de la Minería, es el Turismo. Y parecen actuar en consecuencia.
Fantástico este Perú desde el punto de vista turístico, en el que nada nos ha decepcionado y del que, en esta despedida, no podemos dejar de destacar Machu Picchu y el inmenso Amazonas. Solo por eso ya merecería la pena venir a Perú.


A nosotros ya solo nos quedan 40 minutos de lancha rápida a Iquitos después de comer, hora y media de vuelo a Lima, donde dormiremos esta noche, y solo 12 horitas (se me ha pegado el toque peruano) de avión hasta Madrid sobrevolando Brasil y cruzando todo el océano Atlántico.
Hasta la próxima.

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