sábado, 9 de diciembre de 2017

INMENSO AMAZONAS. FANTÁSTICO PERÚ


Hacía días que no teníamos que madrugar, pero hoy es obligado si queremos ver amanecer sobre el Amazonas.
Así que no son ni las cinco y media cuando abandonamos nuestro bungalow en dirección al embarcadero. La lástima es que hay una niebla que casi llega al agua.
Menos mal que levanta y podemos ver al carguero para no chocar con él.


Nuestro destino es el pueblo de Indiana, fundado por un franciscano canadiense, que cuenta con unos 7.000 habitantes.
Lo primero que encontramos nada más desembarcar es un colorista mercadillo, donde se venden todo tipo de frutas, y a continuación entramos en la lonja del pescado, todo del río, por supuesto.



Recorremos las calles principales del pueblo, observando que parece estar bastante bien dotado para el lugar en que se encuentra, con sus escuelas, un pequeño hospital y un pabellón de deportes cubierto.
Se registra una intensa actividad a pesar de lo temprano de la hora, en torno a las 7 de la mañana, en este día también aquí festivo, pues celebran la Inmaculada Concepción. De hecho, anuncian por megafonía que a la tarde se celebrarán bautizos en la parroquia, un edificio de los legados por el monje fundador.
Nosotros tenemos que volver porque no hemos desayunado. El amanecer se nos ha escapado.
Más tarde volvemos a surcar las aguas amazónicas para dirigirnos a un poblado ribereño, llamado Las Palmas, "Las Palmas de Mallorca", bromea nuestro guía, pero le aclaramos su malentendido.


Se trata de un poblado mucho más pequeño en el que viven unas 120 personas y al que se llega, tras desembarcar, por lo que llaman una pista, es decir, una especie de acera de hormigón que evita pisar el barro. Durante el paseo tenemos oportunidad de observar lo variado de la flora y fauna. 
Vemos desde monos diminutos a gallinas con sus polluelos; desde cocoteros hasta el árbol del que cuelgan numerosos nidos de oropéndola ...


Por el camino unos niños nos observan desde su casa con curiosidad. Casualmente llevamos en la mochila unas galletas y, después de pedirle permiso a quien parece la hermana mayor, compartimos con ellos el paquete, hermanos mayores incluidos. Parece que les gustan.


Y así llegamos al centro del poblado, en torno a cuya plaza de armas, que también hace las veces de campo de fútbol, se concentran una guardería infantil, un colegio de primaria y diversas instalaciones.
Coincidimos con una señora que parece estar cuidando de unos tablones que -nos explica- se están secando para ser utilizados en la construcción de una casa. Vemos también ropa tendida y en general nos da más sensación de autenticidad que en ocasiones precedentes.


Nos dirigimos a otro embarcadero diferente de por el que llegamos y concluimos así la visita y, en realidad, el viaje en sí, pues sólo nos restan ya los desplazamientos necesarios para volver a Madrid.
Ha sido un viaje increíble, lleno de contrastes y en muchos aspectos, asombroso, como ya hemos ido contando. 
Hemos pasado del borde del océano a los 4.900 metros de altitud; del desierto camino de Paracas a la selva frondosa y superhúmeda de la Amazonía; del majestuoso cóndor volando sobre nuestras cabezas al tapir que se paseaba ante nosotros.


Hemos utilizado casi todos los medios de transporte posibles: avión, autobús, microbús, tren, taxi. Hemos visto una diversidad sorprendente de flora y fauna, tanto en la selva como en el altiplano: desde llamas y alpacas al caimán nocturno que detectó Mariví.
Pero el denominador común de este fantástico Perú es la amabilidad y cordialidad de sus gentes y la variedad y calidad de su gastronomía.
Todo ha funcionado a la perfección. Los guías que nos han atendido han sido fenomenales en sus explicaciones y acompañamiento, siempre atentos a cualquier duda o necesidad. Y la gente en general increíblemente cordial.
Es cierto que a Perú le queda mucho que mejorar y que progresar, pero tienen muy claro que la segunda industria nacional, después de la Minería, es el Turismo. Y parecen actuar en consecuencia.
Fantástico este Perú desde el punto de vista turístico, en el que nada nos ha decepcionado y del que, en esta despedida, no podemos dejar de destacar Machu Picchu y el inmenso Amazonas. Solo por eso ya merecería la pena venir a Perú.


A nosotros ya solo nos quedan 40 minutos de lancha rápida a Iquitos después de comer, hora y media de vuelo a Lima, donde dormiremos esta noche, y solo 12 horitas (se me ha pegado el toque peruano) de avión hasta Madrid sobrevolando Brasil y cruzando todo el océano Atlántico.
Hasta la próxima.

viernes, 8 de diciembre de 2017

A LA BÚSQUEDA DE EL DORADO

En nuestro segundo día por estos lares embarcamos nuevamente para surcar este inmenso río que es el Amazonas. Aquí no hay carreteras, así que todo se mueve por agua, personas y mercancías.
El objetivo a primera hora de la mañana es la pesca de pirañas, para lo cual emprendemos una agradable travesía en nuestro bote con motor fueraborda. Una pareja que nos acompaña, dos guías y el "capitán" navegamos por el río, lo abandonamos para adentrarnos en uno de sus múltiples brazos o afluentes y llegamos finalmente al lugar apropiado para la pesca.
Con la inestimable (e imprescindible) colaboración de los guías, se aplican los viajeros a la tarea. Inicialmente, con suerte desigual, pues la pareja que nos acompaña toma ventaja.
Pero, herida en su amor propio, la experta pescadora que es Mariví, saca todo lo que lleva dentro y consigue una primera captura. Pero... Oh, la muy hábil piraña, que durante un buen rato habían conseguido llevarse el cebo en repetidas ocasiones, consigue zafarse en el último minuto y vuelve al río.


Pero poco le duró la alegría de su triunfo, pues enseguida fue capturada y ya sin escapatoria posible. A partir de ahí, se desató el terror del Amazonas, la pescadora implacable, que capturó hasta media docena de pirañas. Nos ganamos el almuerzo. 
Seguimos navegando y volvemos al curso fluvial principal para insistir en el intento (ayer fallido) de avistar delfines.
Vamos a su encuentro algo escépticos tras la experiencia del día anterior. Pero esta vez no tardamos en ver satisfechas nuestras aspiraciones. Conseguimos varios avistamientos, si bien algo fugaces, pero nos damos por satisfechos, aunque no consiguiéramos esos espectaculares saltos que se ven en los documentales.
No sabíamos de la existencia de delfines aquí. Nos explican que en tiempos prehistóricos los océanos Atlántico y Pacífico eran un todo, hasta que se elevó la Cordillera de los Andes, y dejó atrapados aquí a innumerables especies de animales marinos. Con la evolución, la sal marina se fue sedimentando, el agua se fue haciendo dulce y los animales se adaptaron a ella.
Retornamos a nuestro albergue/campamento/hotel para descansar un rato, comer y reposar la comida antes de afrontar la actividad vespertina.
Señalemos que hoy incorporamos al menú las pirañas que hemos pescado. Al pasarlas por la plancha pierden mucho y se quedan en cabeza y espinas.
Por la tarde toca andar. Nos adentramos en la selva circundante, la selva lluviosa la llaman.
Vamos a la búsqueda de El Dorado, a ver si tenemos más éxito que nuestro compatriota Lope de Aguirre hace como 500 años, al que retrató cinematográficamente Werner Herzog en 1972 con el protagonismo de Klaus Kinski en "Aguirre, la cólera de Dios", que describía la obsesión del explorador español por encontrar el lugar donde, supuestamente, se acumulaban inmensas cantidades de oro.
El caso es que iniciamos nuestra andanza acompañados del guía y de un gran bochorno que pega la camiseta al cuerpo.
No se trata de una selva impenetrable pero sí muy frondosa, con una enorme variedad de plantas, flores, árboles, etc.


Algunos gigantescos, como este llamado Ceiba que inspiró la película "Avatar", dirigida, escrita y producida por James Cameron en 2009.
Y debió impresionarme tanto este árbol gigante que resbalé en la pequeña pendiente embarrada hasta dar con mi parte más noble en tan húmedo suelo. Todo quedó en un sustillo.
Así que decidí mandar por delante a mi hijo Junior con su machete, otra vez.
Continuamos nuestra caminata, ya subiendo, ya bajando, atravesando pequeños puentes de madera, en medio de una humedad apabullante, que seguramente fue la causa de que una rama en la que me apoyé se quebrara y... ¡otra vez al suelo!
Debe ser que yo quería terminar aquí 


en el hospital del cercano pueblo ribereño de Indiana, que visitaremos mañana.
El caso es que acabamos llegando a una zona pantanosa, donde abundan los nenúfares, con sus bellas y efímeras flores blancas, coexistiendo con caimanes que pueden llegar a alcanzar los cinco metros de largo.


Interesante pero accidentado recorrido que culminamos con éxito, después de dos horas de caminata, sudorosos y cansados, pero casi ilesos.
Ahora bien, de El Dorado, ni rastro.
Pero no cejamos en nuestro empeño y al anochecer volvemos a adentrarnos en la selva. Eso sí, dotados de linternas para asegurarnos de no pisar ninguna de esas cuatro variedades de serpientes venenosas y a la vez ahuyentar compañías indeseadas. 
Ya es noche cerrada cuando nos topamos con una rana gigante, unas 10 veces más grande que las nuestras en España.
Al poco, nuestro guía nos señala con su potente linterna una negra tarántula parada en la corteza de un árbol cercano, si bien nos aclara que no es tan venenosa como creíamos; que las hay mucho más venenosas. Lo cual nos tranquiliza enormemente (!)
Seguimos caminando en medio de la noche oscura, rodeados de una auténtica orgía de sonidos emitidos por todo tipo de insectos, ranas y vaya usted a saber.
Hasta que Mariví (sí, ella; no el guía) hace el gran descubrimiento de la noche.


 Casi a nuestros pies, al borde de una charca que circundamos en estas aguas pantanosas, nos topamos con un caimán, pequeño, quizá, como de un metro de largo, pero un caimán al que casi pisamos.
Terminamos llegando a un claro donde podemos observar el cielo estrellado, las luciérnagas revoloteando, y el sonido de la selva, siempre inquietante.
Tenemos que volver ya y seguimos sin rastro de El Dorado. Tampoco ha habido rastro alguno de la anaconda, así que nos conformaremos con recordar la película del mismo nombre que protagonizó Jennifer López en 1997 bajo la dirección de Luis Llosa.
Ya es hora de cenar cuando llegamos a nuestro albergue. Ya no ha habido más caídas. La próxima, en la cama.

jueves, 7 de diciembre de 2017

DE IQUITOS A LAS PUERTAS DE LA AMAZONÍA

Después del ajetreo de ayer, amanecemos en Iquitos, la capital de la Amazonía peruana. Tiene 750.000 habitantes, tiene tres ríos (uno de ellos nada menos que el Amazonas) y tiene más de 30.000 moto-taxis como estos.


Pero no tiene una carretera que enlace con Lima, así que aquí se llega por el río o en avión.
Para nosotros solo es la puerta de entrada a la selva amazónica. Zona en la que, por cierto, se desarrolla la acción de una conocida novela de Mario Vargas Llosa, "Pantaleón y las visitadoras", que ha tenido dos versiones cinematográficas: una en 1975, codirigida por el propio novelista y protagonizada por José Sacristán; y otra de 1999, dirigida por el peruano Francisco J. Lombardi. 


Temprano por la mañana nos llevan a un embarcadero donde tomamos una lancha rápida con la que inmediatamente surcaremos las aguas del río Amazonas, el más largo y caudaloso del mundo, que nace en una de las cumbres que vimos hace unos días y desemboca en el Océano Atlántico después de discurrir por Colombia y de atravesar todo Brasil hasta completar más de 7.000 kilómetros.
En 40 minutos llegamos a nuestro destino, un complejo hotelero que los guías denominan campamento, pero yo llamaría albergue, compuesto por cabañas con el techo de paja y bungalows adosados, situado en la ribera del río.


Nada más llegar nos desgranan el programa de actividades para los próximos días y nos informan de que igual podemos cruzarnos con un tapir paseando por las instalaciones o un mono saltando por las ramas. Por lo demás, lo único malo que hay por aquí son solo cuatro tipos diferentes de serpientes venenosas; pero tienen los antídotos. Qué alivio.


Y aquí posando como Indiana Jones pero sin machete. Recordamos la famosa película "En busca del arca perdida", que rodó por estas tierras Steven Spielberg con Harrison Ford manejando aquel prodigioso látigo. Aunque hay quien me recuerda que yo estoy más bien para hacer del padre de Indiana en la tercera película de la saga, a la que se incorporó Sean Connery en 1989.


Hace un calor húmedo tremendo, que se mitiga en nuestro bungalow con el aire acondicionado. En las zonas comunes (salón, bar y comedor) solo nos ayudan unos ventiladores en el techo. Es aquí donde nos encontramos de nuevo con nuestros amigos catalanes, que fueron los artífices de esta extensión que hemos hecho en nuestro viaje.
Después de comer compartimos con ellos otro rato de navegación por el Amazonas para intentar ver a los delfines. Sí, en el Amazonas hay delfines, dos clases: grises y rosados. El caso es que no comparecen.
Así que continuamos hasta un poblado donde nos recibe un grupo de indígenas que supuestamente viven cerca del borde del río.
Nos acogen solícitos, supongo que acostumbrados a estas visitas. Primero unos niños que portan colgando de su cuello unos perezosos que no tienen inconveniente en prestarnos para la foto.


Los mismos niños y otros más se nos acercan, curiosos. Les llama la atención la barba y quieren tocarla. Vemos a otros dos que juegan a las canicas pero sin guá, y jugamos un poco con ellos, aunque uno no esté ya para agacharse mucho. Vamos, otra vez haciendo amiguitos.



Después los adultos escenifican dentro de una cabaña una danza ritual e invitan al visitante a compartirla con ellos, para a continuación mostrarnos cómo utilizaban la cerbatana cuando había algo que cazar, impregnando los dardos con el letal veneno llamado curare, e invitándonos también a practicar un poco.


Finalmente, claro, no puede faltar la exposición de sus trabajos de artesanía.


Aunque quizá no sea del todo real, es una visita interesante para observar al menos cómo vivían seguramente no hace mucho tiempo.
De regreso al Amazonas en nuestra barca con motor fueraborda, hacemos otro intento para ver a los delfines, pero no pasamos de verle fugazmente el lomo a alguno.
Una breve escala para dejar a nuestros amigos, que tienen otra actividad, y regreso al campamento empapados en sudor.
Cabe imaginar qué es casi lo primero que hacemos nada más llegar.
Después volvemos al salón de los ventiladores para un relax refrescante previo a la cena, 


que compartiremos con nuestros amigos de Badalona, así como unas cuantas dosis del Pisco Sour que de tan fresquito entra fácil.
Luego, a dormir 
 

miércoles, 6 de diciembre de 2017

CALLEJEANDO POR CUZCO Y DE AEROPUERTO EN AEROPUERTO

Tenemos libre la mañana en Cuzco, después de tanto trasiego, antes de que nos lleven al aeropuerto para regresar a Lima.
Así que nos echamos a la calle de buena mañana y nos dirigimos hacia el núcleo de esta ciudad que es la Plaza de Armas, encaminándonos por las callejuelas que la rodean.


La arquitectura colonial predomina por doquier, así como las iglesias, conventos y monasterios. 
Museos.


Casonas o palacios de hace 400 años convertidos hoy en museos y hoteles. 


La única pega, las cuestas que hay que subir, pero se supera. Estamos en una ciudad encantadora, bella y acogedora.


Culminamos nuestro bonito paseo en esta Casa Garcilaso, hoy Museo Histórico. 
Ya es hora de disfrutar de la última Cusqueña en Cuzco y de volver al hotel, donde pasarán a recogernos para llevarnos al aeropuerto. Emprendemos vuelo de regreso a Lima.
Lo que en principio iba a ser el final de nuestro viaje se va a convertir en el comienzo de la última etapa.
En Lima haremos transbordo a otro vuelo que nos conducirá a Iquitos, en el norte del Perú, la puerta de entrada a la selva amazónica, a donde llegamos bien entrada la noche después de un vuelo bien movido.
Bajamos del avión directamente a la pista de aterrizaje de este pequeño aeropuerto, que nos recibe con un bofetón de calor tropical.
Y hasta ahí puedo contar.

lunes, 4 de diciembre de 2017

EN AGUAS CALIENTES PASADOS POR AGUA

Otro día que no toca madrugar, porque hasta las 16.45 no sale nuestro tren de regreso a Cuzco.
Así que nos lo tomamos con calma. Desayunamos tranquilamente, dedicamos un tiempo a preparar el blog del inolvidable día de ayer en Machu Picchu, vemos la vida fluir...
Estamos en un salón junto a la recepción del hotel y a través de sus amplios ventanales vemos la calle. En un momento dado, aunque ya lo habíamos visto la noche anterior, aparece un tren pasando junto a la mismísima puerta del hotel. 


Y en el rato que estamos ahí pasa otro, y otro, y alguno hasta se detiene para que bajen los pasajeros. Así que ya no estamos seguros de si por donde andamos es una acera o un andén.
Es curioso que esta zona del pueblo está delimitada por un caudaloso río, que baja de las montañas; casi en paralelo a él discurre la vía del tren, que pasa a metro y medio de la puerta de nuestro hotel; a continuación se ubica una hilera de edificios como el que nos encontramos; y a espaldas, otro río de aguas bravas.
En fin, después de flipar lo nuestro, nos decidimos a dar un paseo por el pueblo, observando que no es otra cosa que un conjunto de restaurantes, hoteles y tiendas de todo tipo donde se venden las mismas cosas que en todos los lugares por los que hemos pasado pero el doble o triple de caras.
Le comentamos a una vendedora que hemos visto en Cuzco la misma chaqueta de alpaca a la mitad del precio que ella nos pide y contesta tranquilamente: "Es lo que trae el tren."


A todo esto ha empezado a llover, así que nos vemos obligados a guarecernos en un lugar que resulta ser bar, tienda y agencia de viajes. Pero tiene buenos asientos y nos pedimos unos capuccinos mientras escampa.
Al poco, aparecen nuestros amigos catalanes porque resulta que es su agencia y como ya no llueve, sino que diluvia, pues echamos un buen rato de charla.
Cuando a ellos vienen a buscarles para llevarles a comer, nosotros optamos por lo mismo aprovechando que llueve menos. Pero el paseo previsto se ha ido al garete.
Después de comer nos dirigimos a la cercana estación para acceder a la cual hemos de atravesar una especie de abigarrado zoco en el que, obviamente, se vende de todo y más. Pero la entrada se anima con un bonito jardín.


De regreso, el tren nos llevará casi directamente a Cuzco, concretamente a la localidad de Poroy, a media hora de coche. En total, habrán sido cuatro horas desde que salimos de Aguas Calientes.
Aunque ya es de noche, ratificamos la impresión que teníamos respecto a la proliferación de perros sueltos, algo que no se produce en el resto de Perú que hemos conocido. Es una pena, porque Cuzco es quizá la ciudad más bonita y adecentada que hemos visitado, pero por sus calles campan por sus respetos a veces auténticas manadas de perros que incluso llegan a dificultar el transitar de los peatones.

EN MACHU PICCHU, DÁNDOLO TODO

Y llegó el gran día, la culminación de este viaje, Machu Picchu.
Todavía es de noche cuando nos levantamos y llueve en Cuzco. No es la mejor manera de empezar el día porque a donde vamos es muy importante la climatología para poder apreciar todo el complejo.
Tenemos por delante un largo desplazamiento. Al menos, ha dejado de llover.


 Primero, casi dos horas de autobús hasta Ollantaytambo, donde se encuentra la estación de tren, en la que tomaremos el llamado Videodome, un convoy con ventanas panorámicas para poder verlo todo mejor.


Por ejemplo...
Otra hora y media para llegar a Aguas Calientes, el pueblo que se encuentra en la base de Machu Picchu, donde tomaremos otro autobús que nos llevará a la entrada en media hora de empinado y tortuoso camino de tierra y piedras como a modo de calzada romana.
En definitiva, casi cinco horas desde que salimos de nuestro hotel en Cuzco.
Cumplidos los numerosos trámites de acceso, por fin entramos en la ciudad perdida de los incas. Estamos a 2.400 metros de altitud sobre el nivel del mar (nada para lo que nos hemos venido despachando) y las cumbres que rodean la ciudad superan los 3.000. Está nublado pero hace buen día.
Y toca subir, claro, una irregular y empinada rampa/escalera hasta llegar al punto donde tendremos nuestra primera visión del conjunto.


Estamos en Machu Picchu. Y si hemos llegado hasta aquí jadeando, en este momento se nos corta la respiración.


No sé si impresionante es suficiente palabra para describir lo que aparece ante nuestros ojos.
La ciudad perdida que un norteamericano descubrió en 1911 totalmente cubierta por la maleza y que los incas tuvieron que abandonar sin acabar su construcción ante el acoso de los conquistadores españoles.


Llegamos al punto de la foto más tradicional y difundida de Machu Picchu.


Son tantas las cosas que podríamos decir sobre Machu Picchu... Pero nos hemos quedado sin respiración y sin palabras. Así que esta vez nos limitaremos a una breve exposición de fotografías, que darán mejor idea de lo que es esto.









Ya es media tarde cuando salimos de esta ciudad perdida y felizmente encontrada. Como nos encontramos de nuevo con la pareja de catalanes y, en el único hotel existente en el mismo Machu Picchu, compartimos otro buen rato en torno a unas Cusqueñas bien frescas, y se añaden otra pareja de gallegos que están alojados.
Estábamos tan a gusto que casi perdemos el último autobús que baja a Aguas Calientes. Pero llegamos al hotel con tiempo suficiente para relajarnos antes de cenar y salir después a tomar un Pisco Sour con estos nuevos amigos.
Pensábamos que esta sería la culminación del viaje, pero no. El pastel tendrá otra guinda.
La curiosidad del día: nuestro hotel está ubicado entre la vía del tren, que pasa justo por la puerta, y un caudaloso río de aguas bravas, al cual podemos asomarnos, pero nos aconsejan no abrir la ventana porque podrían entrar zancudos y mosquitos atraídos por la luz.
Dormiremos bien.

sábado, 2 de diciembre de 2017

POR EL VALLE SAGRADO DE LOS INCAS

En este sábado cusqueño (aquí llaman Cusco a su ciudad) nos vamos a dirigir al Valle Sagrado de los Incas, situado a poco más de una hora.
Ese será el punto culminante del día pero antes habrá otras cosas. La primera parada será en el pueblo de Chinchero, a ver un lugar donde trabajan varias familias en régimen de cooperativa. 
Nada más llegar nos invitan a una infusión de mate de muña.


Aquí también trabajan la alpaca, tejiendo muy diversos tipos de prendas. Como muestra de su labor nos enseñan cómo lavan la alpaca y cómo consiguen los diferentes colores con distintas hierbas. También tocan la joyería, sobre todo en plata.
Continuamos camino ascendente (cómo no) para llegar hasta una salina, mina privada a cielo abierto donde trabajan centenares de familias, extrayendo tan preciado condimento que se destina exclusivamente a la exportación.


Lo que se percibe a nuestras espaldas son las más de 5.000 parcelas, establecidas también en terrazas y de cada una de las cuales se extraen unos 160 kilos mensuales de una sal de alta calidad, al parecer muy apreciada en todo el mundo.
Aunque parezca mentira encontrar algo así a más de 3.000 metros de altitud, nos explican que todo procede de un manantial que fluye de la montaña y que los incas empezaron a explotar hace centenares de años.
Nos dirigimos a continuación hacia el enclave de Moray, donde observamos las enormes terrazas circulares y semicirculares que los incas utilizaban a modo de laboratorio agrícola para experimentar y comprobar la viabilidad o no de determinados cultivos.


Situadas en lugar estratégico, por los vientos dominantes, la incidencia del sol, la afluencia de agua, etc. les servían para hacer diversas pruebas a diferentes alturas y diferentes temperaturas. Entre la parte más baja y la más alta podía haber un desnivel de unos 30 metros y una diferencia de temperatura de 15 grados centígrados. No dejamos de sorprendernos.
Continuamos viaje por un camino de tierra que da vértigo para seguir ascendiendo hasta alcanzar el mirador desde el que podremos contemplar en todo su esplendor el Valle Sagrado de los Incas.


La verdad es que el panorama corta la respiración (por si no la tenemos ya suficientemente agitada). Es impresionante el verdor que lo domina todo y la majestuosidad de estas montañas pertenecientes a la Cordillera Andina.
Iniciamos el no menos vertiginoso descenso por este tortuoso y estrecho camino de tierra en el que cuando aparece otro vehículo en sentido contrario las pasamos canutas. Eso sí, continuamos contemplando un paisaje increíble.
Respiramos aliviados cuando retornamos al asfalto (por más que tampoco sea gran cosa) y nos encaminamos al momento culminante de este día, gran aperitivo antes de Machu Picchu.


Llegamos a Ollantaytambo, uno de los complejos arquitectónicos más monumentales del antiguo imperio inca y uno de los pocos lugares donde los conquistadores españoles cosecharon una derrota importante.
Nos encontramos también aquí con las típicas terrazas excavadas en las laderas de las montañas para uso agrícola en esta mezcla de ciudad, templo y fortaleza que nos sorprende a cada paso que damos.


Nos explican, según puede intuirse en la foto, que en la parte de arriba a la izquierda quedan restos de un templo preincaico. Y que cuando llegaron los incas quisieron hacer el suyo por encima, pero no pudieron terminarlo.
En los alrededores podemos ver la fortaleza donde se instalaban los soldados y al lado los almacenes de alimentos que custodiaban.
Más terrazas, templos y viviendas completan el impresionante conjunto.


Y así se nos ha echado encima la hora de comer. Se ha pasado la mañana en un suspiro.
Comemos en un precioso lugar, y además comemos bien, antes de iniciar el retorno a Cuzco.
(No dejaré pasar la oportunidad de volver a resaltar lo bien que se come en este país.)
Disponemos de la tarde libre para callejear un poco por esta ajetreada ciudad. Así que nos adentramos en las abigarradas callejuelas que conducen al barrio de San Blas desde la Plaza de Armas, hacemos algunas compras y volvemos hacia el otro lado de la plaza.
Ha sido un día muy interesante, pero estamos algo cansados. Así que decidimos encaminarnos hacia nuestro hotel, que no está lejos, y reservar fuerzas para el gran día que esperamos tener mañana en Machu Picchu.