viernes, 8 de diciembre de 2017

A LA BÚSQUEDA DE EL DORADO

En nuestro segundo día por estos lares embarcamos nuevamente para surcar este inmenso río que es el Amazonas. Aquí no hay carreteras, así que todo se mueve por agua, personas y mercancías.
El objetivo a primera hora de la mañana es la pesca de pirañas, para lo cual emprendemos una agradable travesía en nuestro bote con motor fueraborda. Una pareja que nos acompaña, dos guías y el "capitán" navegamos por el río, lo abandonamos para adentrarnos en uno de sus múltiples brazos o afluentes y llegamos finalmente al lugar apropiado para la pesca.
Con la inestimable (e imprescindible) colaboración de los guías, se aplican los viajeros a la tarea. Inicialmente, con suerte desigual, pues la pareja que nos acompaña toma ventaja.
Pero, herida en su amor propio, la experta pescadora que es Mariví, saca todo lo que lleva dentro y consigue una primera captura. Pero... Oh, la muy hábil piraña, que durante un buen rato habían conseguido llevarse el cebo en repetidas ocasiones, consigue zafarse en el último minuto y vuelve al río.


Pero poco le duró la alegría de su triunfo, pues enseguida fue capturada y ya sin escapatoria posible. A partir de ahí, se desató el terror del Amazonas, la pescadora implacable, que capturó hasta media docena de pirañas. Nos ganamos el almuerzo. 
Seguimos navegando y volvemos al curso fluvial principal para insistir en el intento (ayer fallido) de avistar delfines.
Vamos a su encuentro algo escépticos tras la experiencia del día anterior. Pero esta vez no tardamos en ver satisfechas nuestras aspiraciones. Conseguimos varios avistamientos, si bien algo fugaces, pero nos damos por satisfechos, aunque no consiguiéramos esos espectaculares saltos que se ven en los documentales.
No sabíamos de la existencia de delfines aquí. Nos explican que en tiempos prehistóricos los océanos Atlántico y Pacífico eran un todo, hasta que se elevó la Cordillera de los Andes, y dejó atrapados aquí a innumerables especies de animales marinos. Con la evolución, la sal marina se fue sedimentando, el agua se fue haciendo dulce y los animales se adaptaron a ella.
Retornamos a nuestro albergue/campamento/hotel para descansar un rato, comer y reposar la comida antes de afrontar la actividad vespertina.
Señalemos que hoy incorporamos al menú las pirañas que hemos pescado. Al pasarlas por la plancha pierden mucho y se quedan en cabeza y espinas.
Por la tarde toca andar. Nos adentramos en la selva circundante, la selva lluviosa la llaman.
Vamos a la búsqueda de El Dorado, a ver si tenemos más éxito que nuestro compatriota Lope de Aguirre hace como 500 años, al que retrató cinematográficamente Werner Herzog en 1972 con el protagonismo de Klaus Kinski en "Aguirre, la cólera de Dios", que describía la obsesión del explorador español por encontrar el lugar donde, supuestamente, se acumulaban inmensas cantidades de oro.
El caso es que iniciamos nuestra andanza acompañados del guía y de un gran bochorno que pega la camiseta al cuerpo.
No se trata de una selva impenetrable pero sí muy frondosa, con una enorme variedad de plantas, flores, árboles, etc.


Algunos gigantescos, como este llamado Ceiba que inspiró la película "Avatar", dirigida, escrita y producida por James Cameron en 2009.
Y debió impresionarme tanto este árbol gigante que resbalé en la pequeña pendiente embarrada hasta dar con mi parte más noble en tan húmedo suelo. Todo quedó en un sustillo.
Así que decidí mandar por delante a mi hijo Junior con su machete, otra vez.
Continuamos nuestra caminata, ya subiendo, ya bajando, atravesando pequeños puentes de madera, en medio de una humedad apabullante, que seguramente fue la causa de que una rama en la que me apoyé se quebrara y... ¡otra vez al suelo!
Debe ser que yo quería terminar aquí 


en el hospital del cercano pueblo ribereño de Indiana, que visitaremos mañana.
El caso es que acabamos llegando a una zona pantanosa, donde abundan los nenúfares, con sus bellas y efímeras flores blancas, coexistiendo con caimanes que pueden llegar a alcanzar los cinco metros de largo.


Interesante pero accidentado recorrido que culminamos con éxito, después de dos horas de caminata, sudorosos y cansados, pero casi ilesos.
Ahora bien, de El Dorado, ni rastro.
Pero no cejamos en nuestro empeño y al anochecer volvemos a adentrarnos en la selva. Eso sí, dotados de linternas para asegurarnos de no pisar ninguna de esas cuatro variedades de serpientes venenosas y a la vez ahuyentar compañías indeseadas. 
Ya es noche cerrada cuando nos topamos con una rana gigante, unas 10 veces más grande que las nuestras en España.
Al poco, nuestro guía nos señala con su potente linterna una negra tarántula parada en la corteza de un árbol cercano, si bien nos aclara que no es tan venenosa como creíamos; que las hay mucho más venenosas. Lo cual nos tranquiliza enormemente (!)
Seguimos caminando en medio de la noche oscura, rodeados de una auténtica orgía de sonidos emitidos por todo tipo de insectos, ranas y vaya usted a saber.
Hasta que Mariví (sí, ella; no el guía) hace el gran descubrimiento de la noche.


 Casi a nuestros pies, al borde de una charca que circundamos en estas aguas pantanosas, nos topamos con un caimán, pequeño, quizá, como de un metro de largo, pero un caimán al que casi pisamos.
Terminamos llegando a un claro donde podemos observar el cielo estrellado, las luciérnagas revoloteando, y el sonido de la selva, siempre inquietante.
Tenemos que volver ya y seguimos sin rastro de El Dorado. Tampoco ha habido rastro alguno de la anaconda, así que nos conformaremos con recordar la película del mismo nombre que protagonizó Jennifer López en 1997 bajo la dirección de Luis Llosa.
Ya es hora de cenar cuando llegamos a nuestro albergue. Ya no ha habido más caídas. La próxima, en la cama.

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