jueves, 7 de diciembre de 2017

DE IQUITOS A LAS PUERTAS DE LA AMAZONÍA

Después del ajetreo de ayer, amanecemos en Iquitos, la capital de la Amazonía peruana. Tiene 750.000 habitantes, tiene tres ríos (uno de ellos nada menos que el Amazonas) y tiene más de 30.000 moto-taxis como estos.


Pero no tiene una carretera que enlace con Lima, así que aquí se llega por el río o en avión.
Para nosotros solo es la puerta de entrada a la selva amazónica. Zona en la que, por cierto, se desarrolla la acción de una conocida novela de Mario Vargas Llosa, "Pantaleón y las visitadoras", que ha tenido dos versiones cinematográficas: una en 1975, codirigida por el propio novelista y protagonizada por José Sacristán; y otra de 1999, dirigida por el peruano Francisco J. Lombardi. 


Temprano por la mañana nos llevan a un embarcadero donde tomamos una lancha rápida con la que inmediatamente surcaremos las aguas del río Amazonas, el más largo y caudaloso del mundo, que nace en una de las cumbres que vimos hace unos días y desemboca en el Océano Atlántico después de discurrir por Colombia y de atravesar todo Brasil hasta completar más de 7.000 kilómetros.
En 40 minutos llegamos a nuestro destino, un complejo hotelero que los guías denominan campamento, pero yo llamaría albergue, compuesto por cabañas con el techo de paja y bungalows adosados, situado en la ribera del río.


Nada más llegar nos desgranan el programa de actividades para los próximos días y nos informan de que igual podemos cruzarnos con un tapir paseando por las instalaciones o un mono saltando por las ramas. Por lo demás, lo único malo que hay por aquí son solo cuatro tipos diferentes de serpientes venenosas; pero tienen los antídotos. Qué alivio.


Y aquí posando como Indiana Jones pero sin machete. Recordamos la famosa película "En busca del arca perdida", que rodó por estas tierras Steven Spielberg con Harrison Ford manejando aquel prodigioso látigo. Aunque hay quien me recuerda que yo estoy más bien para hacer del padre de Indiana en la tercera película de la saga, a la que se incorporó Sean Connery en 1989.


Hace un calor húmedo tremendo, que se mitiga en nuestro bungalow con el aire acondicionado. En las zonas comunes (salón, bar y comedor) solo nos ayudan unos ventiladores en el techo. Es aquí donde nos encontramos de nuevo con nuestros amigos catalanes, que fueron los artífices de esta extensión que hemos hecho en nuestro viaje.
Después de comer compartimos con ellos otro rato de navegación por el Amazonas para intentar ver a los delfines. Sí, en el Amazonas hay delfines, dos clases: grises y rosados. El caso es que no comparecen.
Así que continuamos hasta un poblado donde nos recibe un grupo de indígenas que supuestamente viven cerca del borde del río.
Nos acogen solícitos, supongo que acostumbrados a estas visitas. Primero unos niños que portan colgando de su cuello unos perezosos que no tienen inconveniente en prestarnos para la foto.


Los mismos niños y otros más se nos acercan, curiosos. Les llama la atención la barba y quieren tocarla. Vemos a otros dos que juegan a las canicas pero sin guá, y jugamos un poco con ellos, aunque uno no esté ya para agacharse mucho. Vamos, otra vez haciendo amiguitos.



Después los adultos escenifican dentro de una cabaña una danza ritual e invitan al visitante a compartirla con ellos, para a continuación mostrarnos cómo utilizaban la cerbatana cuando había algo que cazar, impregnando los dardos con el letal veneno llamado curare, e invitándonos también a practicar un poco.


Finalmente, claro, no puede faltar la exposición de sus trabajos de artesanía.


Aunque quizá no sea del todo real, es una visita interesante para observar al menos cómo vivían seguramente no hace mucho tiempo.
De regreso al Amazonas en nuestra barca con motor fueraborda, hacemos otro intento para ver a los delfines, pero no pasamos de verle fugazmente el lomo a alguno.
Una breve escala para dejar a nuestros amigos, que tienen otra actividad, y regreso al campamento empapados en sudor.
Cabe imaginar qué es casi lo primero que hacemos nada más llegar.
Después volvemos al salón de los ventiladores para un relax refrescante previo a la cena, 


que compartiremos con nuestros amigos de Badalona, así como unas cuantas dosis del Pisco Sour que de tan fresquito entra fácil.
Luego, a dormir 
 

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